¿Qué papel juega Jesús en una vida cómoda?  

¿Cuántos de ustedes creen que el propósito de la vida es la comodidad?
Pero… ¿te has preguntado si hay algo más allá de la comodidad?

Aristóteles planteaba que la felicidad (eudaimonía) es el fin último de todos los seres humanos, y que todas nuestras acciones, en el fondo, las realizamos porque creemos que nos conducirán a ser felices. Hoy en día, para muchos, esa felicidad se traduce en comodidad: llegar al punto en que sentimos que “no nos falta nada”. Pero confundimos la emoción momentánea con la verdadera plenitud. Nos dejamos llevar por experiencias intensas, logros y posesiones, pensando que eso es ser felices, cuando en realidad solo nos distraen de la búsqueda más profunda del alma.

Ayer por la mañana caí en cuenta de algo: ya tengo casi 17 años caminando con Cristo. Durante casi una década serví como pastor y plantador de iglesias en Lima, Perú. En los últimos años, junto a mi esposa e hijos, nos encontramos sirviendo al Señor como misioneros en España.

Latinoamérica y Europa son mundos distintos.
El poder adquisitivo, la cultura, la cosmovisión, incluso la comida… todo es diferente. Sin embargo, hay algo que no cambia, algo que he visto tanto en las calles humildes de Lima como en las ciudades tranquilas del País Vasco: aun en medio de vidas “felices y plenas”, sigue existiendo una profunda necesidad… la necesidad del Evangelio.

Se puede tener estabilidad económica, acceso a educación, salud, viajes y tecnología, pero si el alma no está reconciliada con Dios, la comodidad no basta. Solo Cristo puede traer plenitud verdadera. Esa es la mayor necesidad del ser humano en cualquier parte del mundo. 

«En nuestra mente existe un paradigma misional que asocia las misiones con lugares inhóspitos y lejanos».

Posiblemente más de uno se pregunte: ¿Por qué ir de misiones a Europa? Al pensar en misioneros, tal vez te venga a la mente alguien que fue a Asia, África o alguna tribu o aldea remota. En nuestra mente existe un paradigma misional que asocia las misiones con lugares inhóspitos y lejanos. Podríamos decir que es porque hay mucha necesidad del evangelio en esos lugares, pero ¿acaso no hay necesidad en todo el mundo? Si la razón principal para hacer misiones fuera solo la necesidad del evangelio, entonces deberíamos viajar cada semana a múltiples destinos, o no pudiéramos decidir a que lugar ir.

Por tanto, considero que la razón fundamental por la que alguien decide hacer misiones es el llamado de Dios. Si Dios dice: “Ve”, la única respuesta adecuada es: “¡Heme aquí, envíame a mí!” (Isaías 6:8). Puede sonar simplista, pero es profundamente bíblico. El apóstol Pablo, apasionado por proclamar el evangelio, fue en cierta ocasión impedido por el mismo Espíritu Santo de predicar en Asia y Bitinia (actual Turquía), a pesar de que allí también había personas necesitadas del mensaje (Hechos 16:6–7). Esto nos enseña que el llamado misionero no siempre responde a la necesidad visible, sino a la dirección soberana de Dios. En ese momento, Pablo no debía ir, aunque más adelante otros creyentes sí serían enviados a esos lugares (1 Pedro 1:1).

Asimismo, podemos concluir que Pablo siendo el más capacitado en letra y galones religiosos era el más indicado para ir a predicar a los judíos, pero a Dios le plació enviar a Pedro; un pescador de Galilea que no era un gran letrado, ni mucho menos fariseo de fariseos (Hech.4:13). De manera que, no es por la necesidad, y ni siquiera por nuestras capacidades, es por el llamado de Dios. Incluso, nada que nazca de nosotros nos puede amparar en el ministerio, sino el santo llamado que Dios nos hace.  

¿Necesidad económica o necesidad del evangelio? 

Es posible que muchas personas no consideren Europa como un campo misionero prioritario porque suelen confundir la necesidad económica con la necesidad del evangelio. A menudo, no se predica a las clases altas o a personas acomodadas, ya sea por temor al rechazo, por la percepción de que son menos sensibles a su necesidad espiritual, o simplemente porque, al tener recursos materiales, parece que no “necesitan” a Jesús. Sin embargo, la verdadera necesidad del evangelio no está determinada por el estatus económico, sino por la condición del corazón.

Así que, sin darnos cuenta, podemos caer en la mentira de que Jesús no tiene un lugar relevante en una “vida cómoda”, como si no fuera necesario para todos. Tal vez incluso tú mismo, con buena intención, le has dicho a alguien: “Solo te falta Jesús”. Pero recordemos que eso no es del todo cierto. No importa cuántos recursos poseamos, cuánta salud disfrutemos o cuán exitosa parezca nuestra vida: si Cristo no es el centro, en realidad no tenemos nada.

Históricamente, Europa fue cuna del cristianismo. Sin ir tan lejos, basta con recordar figuras clave como el monje alemán Martín Lutero, el reformador de Ginebra Juan Calvino, o el puritano más reconocido, John Owen. Como bien expresó el teólogo británico J. I. Packer: “Descubrimos en nosotros un profundo interés en la teología (disciplina que, desde luego, resulta sumamente fascinante; en el siglo XVII constituía el pasatiempo de todo hombre de bien)”.

De modo que, la profunda influencia cristiana que marcó los inicios de Europa ha sido socavada con el paso del tiempo. Desde la Ilustración en el siglo XVIII hasta bien entrado el siglo XX, Europa ha avanzado hacia una identidad cada vez más poscristiana.

«La cultura materialista, está devorando a los inmigrantes que en su mayoría son católicos y evangélicos que dejaron sus iglesias para encontrar una mejor estabilidad para sus familias, pero que al llegar son seducidos por la cultura y luego poco les importa unirse a una iglesia local».

No obstante, en la gracia común de Dios, Europa sigue siendo un lugar del primer mundo en un sentido económico y de calidad de vida, de hecho, hay muchas personas de Latinoamérica y África que siguen inmigrando hacia diferentes países de Europa porque sus países atraviesan altas crisis de pobreza, criminalidad y corrupción. Por ilustrar de alguna forma, en Europa es cien veces más accesible tener un IPhone que en Sudamérica, y mil veces más que en el África. En Europa, aunque todas las personas no son ricas; si tienen recursos suficientes para vivir cómodamente.  

Cuando llegué al País Vasco, una de las cosas que me impactaron fue que la gente no solo se saluda al toparse con algún extraño en la calle, sino que también, se despide. Es fácil notar que las personas aquí son muy educadas, pacíficas, y amables; creando así un estilo de vida cómoda; donde se cree la mentira de que se puede “vivir bien sin Dios”, y muchos piensan que lo están logrando.

Esto impacta a todos, y es que esta cultura materialista, está devorando a los inmigrantes que en su mayoría son católicos y evangélicos que dejaron sus iglesias para encontrar una mejor estabilidad para sus familias, pero que al llegar son seducidos por la cultura y luego poco les importa unirse a una iglesia local, y es que, si Jesús no juega el papel más importante en nuestras vidas, buscaremos la felicidad en cisternas vacías (Jer.2:13).

No importa “cuán bien vivamos”, la frustración e insatisfacción llegará. Aquí no nos quejamos por el tráfico, sino porque no tenemos un car seat para el coche, en otros países no se quejan con esto porque no tienen coche, pero si se quejan por el tráfico. No importa si tenemos o no tenemos, siempre nos quejaremos mientras sigamos pensando que la felicidad y plenitud se alcanza cuando ya “no nos falta nada”.

Interiormente pensamos que la vida después será mejor, Decimos a nuestra alma; después de acabar la universidad seré feliz, cuando tenga mi primer trabajo seré feliz, cuando encuentre a mi media naranja seré feliz y después de hallar todo esto; continuamos susurrándonos “si tuviera ese coche, mi vida seria…”. Y así pasamos la vida en una espera constante de la felicidad, al final nada puede llenar de forma plena nuestra búsqueda más profundas. Todo esto suena triste, pero la buena noticia es que Dios, es más poderoso para transformar y saciar con su Evangelio hasta al más duro y embotado corazón.

«Mientras nuestra mirada esté en este mundo y no en Dios, seguiremos insatisfechos, porque solo en Dios podemos encontrar la verdadera satisfacción».

Bien dijo nuestro Señor hace más de dos mil años sobre que “es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. Tener riquezas materiales o muchas posesiones en este mundo no significa ser rico para con Dios. En un país donde se considera un buen lugar para vivir es fácil caer en el engaño de que no necesitamos salvarnos de nada. Pero esto no es verdad, los vascos, españoles y europeos también están urgentemente necesitados de la salvación en Cristo.  

La Escrituras nos dice en Lamentaciones 5:10-12 “El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto. También esto es vanidad. Cuando aumentan los bienes, también aumentan los que los consumen. ¿Qué bien, pues, tendrá su dueño, sino verlos con sus ojos? Dulce es el sueño del trabajador, coma mucho, coma poco; pero al rico no le deja dormir la abundancia”

Cristo el todo en medio de la nada 

La pregunta es: ¿Por qué ningún logro, cosa o persona puede satisfacer plenamente al ser humano?
La respuesta es que fuimos creados a imagen de Dios, y en lo más profundo de nuestro ser —aunque algunos lo nieguen— hay un grito desesperado que clama por Él. Fuimos creados para adorarlo.

Si ponemos toda nuestra confianza en algo o en alguien, tarde o temprano seremos defraudados, porque todos fallamos. Las cosas de este mundo son alicientes momentáneos; nadie puede sanar nuestra necesidad de eternidad… solo Cristo puede hacerlo. Él es tierra firme.

Con Cristo podemos tener gozo y fortaleza en medio del lamento, del silencio y de la pobreza. Pero también quietud y dominio propio para resistir la ansiedad, incluso en medio de la abundancia y las riquezas.
Mientras nuestra mirada esté puesta en este mundo y no en Dios (Stg. 5:9; Fil. 4:12), seguiremos insatisfechos. Solo en Él hallamos la verdadera satisfacción (Ecl. 3:11).

Jesús dice:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt. 11:28).

En Cristo encontramos plenitud, porque en Él hallamos el propósito para el cual fuimos creados: vivir para la gloria de Dios.
No hay otro camino para llegar al Padre sino a través de Él (Jn. 14:6). Jesús nos enseña que la verdadera felicidad no está en una vida cómoda, sino en una vida en comunión con Dios.
Y cuando tenemos eso, no importa si vivimos en riqueza o en pobreza: viviremos plenamente y con gozo (Mt. 6:33; Fil. 4:13).

Jesús vino, murió y resucitó al tercer día para que ahora tengamos un propósito verdadero: vivir para Él (2 Co. 5:15).

Es claro, entonces, que los países “felices y ricos” también necesitan la verdadera felicidad y la verdadera riqueza: Cristo.
Ellos, como todos nosotros, necesitan al Salvador. Porque Cristo vino para los enfermos, no para los que se creen sanos.

Mi ruego, amado amigo, es que reconozcas que no tienes solo un “catarro espiritual”, sino una enfermedad terminal del alma que solo Cristo puede sanar (Mc. 2:17; Ef. 2:1-3; Rom. 3:10-12).

«Hace algún tiempo llegó a mi una frase muy poderosa «Una iglesia saludable, es una iglesia plantadora de iglesias».

La gran paradoja misional 

Me gustaría que por un momento consideres la paradoja en la que nos encontramos:
Ayer, Europa enviaba multitudes de misioneros a Latinoamérica. Hoy, es Latinoamérica la que está enviando misioneros a Europa. Esta realidad nos recuerda nuestra fragilidad como iglesia global, pero también nos impulsa a confiar en que Dios sigue ejecutando su plan redentor.

Como misionero peruano en estas tierras, escribo estas líneas con el deseo de animar a mis hermanos hispanohablantes a orar fervientemente por Europa. Quiero desafiarte a considerar en oración la posibilidad de venir a estas naciones, o de invertir tus recursos para que más obreros puedan ser enviados a este campo misionero que clama por el Evangelio.

Hace algún tiempo llegó a mí una frase poderosa:

“Una iglesia saludable es una iglesia plantadora.”

¡Y cuánta verdad encierra esa expresión!
La iglesia primitiva no dejaba de multiplicarse, no por su tamaño o recursos, sino por su profundo corazón misional. No escuches el susurro del enemigo que te dice que este llamado es solo para iglesias grandes o con presupuestos generosos. No se trata de recursos, sino de obediencia. Una iglesia sana es aquella que ama lo que Dios ama: las almas perdidas (1 Tim.2:1-5).

Hay congregaciones con grandes infraestructuras que, en toda su historia, nunca han priorizado las misiones. En cambio, muchas iglesias pequeñas, aún en plantación, han decidido vivir con un enfoque misional. Así que, sin importar el tamaño o la etapa de tu iglesia, medita en tus caminos (Hageo 1:7), acércate al Señor, y pídele un corazón quebrantado y apasionado por Su misión.

Desde ya, comienza a trabajar por la expansión del Reino. Tal vez no estás llamado a ofrendar aún, o a salir al campo, pero sí puedes orar fielmente por aquellos que han sido enviados.

La necesidad en el campo misionero es extensa y profunda, y quizás haría falta otro espacio para hablar de ello. Pero recuerda esto: si Dios te llama a contribuir con las misiones, ya sea yendo o apoyando, eres responsable ante Él (Mateo 28:18–20 / Gen.1:27-28). Y tu respuesta no puede ser otra que la de Isaías:

¡Heme aquí, envíame a mí!

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