¿Existen diferencias entre católicos y evangélicos? 

Este tema es muy importante, ya que muchas religiones —incluidas algunas sectas— afirman tener “la doctrina apostólica” y provenir directamente de la iglesia primitiva. La pregunta entonces es: ¿cómo podemos discernir si esto es realmente cierto?

Dejando esta interrogante abierta para la reflexión, respondamos a la pregunta principal: ¿existen diferencias entre estas religiones? La respuesta rápida es sí, claro que las hay. Sin embargo, es necesario profundizar un poco más, porque en cierto sentido, es normal que existan diferencias, incluso entre iglesias evangélicas, y hasta dentro de una misma iglesia local.

Entonces, ¿a qué tipo de diferencias nos referimos? Nos referimos principalmente a tres aspectos fundamentales:

  • Que la salvación es solo por gracia, frente a la idea de que la salvación es por gracia más obras.
  • Que la Biblia sea la única regla de fe y conducta, frente a la visión que sostiene que la Biblia debe ir acompañada de la tradición interpretada por una jerarquía eclesiástica.
  • Que solo Cristo salva, en contraposición a la creencia en la mediación de santos además de Cristo.

Católicos Romanos

La palabra católico proviene del griego katholikos (y del latín catholicus), que significa “universal”. La iglesia primitiva nació en Jerusalén y se extendió a diferentes lugares; todos eran católicos en el sentido de compartir una misma fe apostólica.

La iglesia de Roma en los primeros siglos no contaba con la teología ni con los sistemas eclesiásticos que la Iglesia Católica Romana practica hoy en día.

No fue sino hasta muchos siglos después que la Iglesia Católica adquirió el apellido “romana”, esto a raíz del Gran Cisma de Oriente en 1054, que dividió a la iglesia occidental (los católicos romanos) y a la iglesia oriental (los ortodoxos). Uno de los principales puntos de división fue precisamente la autoridad del papado universal.

Por ello, podemos decir que la Iglesia Católica Romana es, en muchos sentidos, más romana que católica.

Evangélicos protestantes

Por otro lado, al examinar los movimientos de protesta interna que surgieron dentro de la Iglesia Católica durante la Edad Media, podemos encontrar el espíritu protestante. En medio de desviaciones de la fe apostólica dentro de la Iglesia Católica conocida, Dios, en su providencia, levantó a muchos hombres que, aun a costa de la excomunión e incluso de sus propias vidas, promovieron la enseñanza fiel de las Escrituras y rechazaron prácticas extrabíblicas. Entre estos pre-reformadores destacan:

  • Pedro Valdo, fundador de los valdenses (siglo XII)
  • John Wycliffe (1330–1384)
  • Jan Hus (1370–1415)

La Reforma Protestante estalló el 31 de octubre de 1517, cuando el monje agustino Martín Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg para llamar a un debate sobre los abusos relacionados con la venta de indulgencias.

«La historia influye en nuestra historia, pero no debe determinar nuestra herencia, sino nuestra convicción en la fe apostólica fundamentada en las Escrituras».

El que no conoce su historia, está destinado a repetirla.  

El filósofo alemán Karl Marx afirmó una vez: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo circunstancias directamente encontradas, dadas y transmitidas desde el pasado”¹. Esta observación es acertada. Como creyentes, tanto católicos como evangélicos, poseemos una historia rica y compleja que debemos conocer para evitar repetir errores que han marcado el pasado.

Sin embargo, aunque la historia influye en nuestra identidad, no debe ser el fundamento ni la herencia definitiva de nuestra fe. Nuestra verdadera razón de ser —nuestra raison d’être— no se sustenta en una continuidad histórica, sino en una relación viva y dinámica con el Nuevo Testamento. Cuando nos aferramos a la enseñanza y práctica apostólica contenida en las Escrituras, el origen denominacional pierde su peso. Nuestra apostolicidad está asegurada en Cristo, no en tradiciones humanas o linajes eclesiales. Más que buscar un legado denominacional, nuestro anhelo debe ser tener un legado eterno e inquebrantable (Juan 8:31-47).

Todas las confesiones religiosas reclaman descender de la Iglesia de Cristo tal como se describe en el libro de los Hechos. Por ejemplo, la Iglesia Católica basa su autoridad en Mateo 16:18 y en la tradición que identifica a Pedro como el primer papa de Roma. No obstante, si analizamos la historia de manera cronológica, la primera comunidad cristiana fue la iglesia de Jerusalén. A raíz de la persecución descrita en Hechos 7:54-60 y 8:1, y mediante el poder de Dios (Mateo 28:18-20; Hechos 1:8), el evangelio se extendió a diversas regiones, incluyendo Roma, que con el tiempo se convirtió en un centro de referencia, en parte por su posición como capital del imperio.

Por otro lado, si analizamos la historia desde una perspectiva teológica, la verdadera Iglesia de Cristo es aquella que sostiene la enseñanza y autoridad que los autores bíblicos transmitieron. No basta con afirmar una tradición; es necesario fundamentarla sólidamente en las Escrituras y en el testimonio histórico eclesiástico.

Un punto clave de este debate es Mateo 16:18-19, donde Jesús dice: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia”. La clave está en entender qué significa exactamente “esta roca”. Nuestro Señor utiliza un juego de palabras en griego: Petros (Pedro, nombre propio) y petra (piedra, fundamento firme), lo que nos invita a ser cuidadosos en la interpretación.

1. Interpretación católica romana:
La Iglesia Católica romana sostiene que la “roca” es Pedro, a quien se le entregaron las llaves del reino, y que esta autoridad se ha transmitido a sus sucesores, los papas. Sin embargo, aunque los Padres de la Iglesia de los primeros siglos —figuras tan respetadas como Ireneo, Tertuliano, Cipriano y Agustín— reconocen la importancia y el respeto hacia la Iglesia de Roma, no presentan de forma consistente al obispo de Roma como autoridad suprema con jurisdicción universal sobre toda la Iglesia.

Autores como Ireneo de Lyon, Tertuliano, Clemente de Roma y Eusebio de Cesarea atestiguan que Pedro y Pablo fundaron y establecieron la iglesia en Roma antes de su martirio, lo que reafirma la relevancia histórica de esa comunidad. Sin embargo, este reconocimiento no equivale a una validación explícita de la supremacía papal tal como se desarrolló en siglos posteriores.

Sin embargo, esto no significa que tenían un entendimiento de papado con autoridad universal, de hecho, la palabra papa no existía. Esta interpretación fue agarrando más fuerza después del siglo VI, y Gregorio VII en el siglo XI enfatizo que el título de Papa sea solo para el obispo de roma. Además, por Romanos 1:10-13 sabemos que ya había cristianos en Roma, muy probable por la predicación de Pedro en hechos 2. En ese sentido, la iglesia de Roma fue fundada por Pedro en favor de la Palabra que predicó; exponiendo claramente el Samo 110:1 (Hch.2:29-36) y establecida por la doctrina cristiana que Pablo les envió (Ro.1:1-7). 

2. Interpretación protestante común:
Existen dos interpretaciones predominantes entre los protestantes sobre lo que significa “esta roca” en Mateo 16:18. Una sostiene que Pedro es petros (una piedra pequeña), mientras que Jesús es petra (la piedra masiva o angular) sobre la que se edifica la iglesia (cf. Efesios 2:20; 1 Corintios 3:11; 1 Pedro 2:5–8). La otra interpretación propone que petra se refiere a la confesión que Pedro hizo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, y no a Pedro como persona.


El profesor del Southern baptist seminary Gregg Allison advierte sobre dos problemas comunes con estas interpretaciones. Primero, señala que en el contexto de Mateo 16, Jesús se presenta a sí mismo como el constructor de la iglesia, no como su fundamento. Él afirma que edificará su iglesia sobre “esta roca”, lo que sugiere un elemento distinto a sí mismo. Segundo, estas interpretaciones tienden a separar indebidamente a Pedro de su confesión, lo cual debilita el mensaje del pasaje.
Como bien dice Jonathan Leeman:

“No podemos separar a Pedro de su confesión, pero tampoco debemos separar la confesión de Pedro. Cristo edifica su Iglesia sobre hombres como Pedro que confiesan a Cristo como el Mesías.”

3. Pedro como confesante de la verdad mesiánica:
Gregg Allison ofrece una definición precisa al afirmar que “la roca es Pedro en virtud de su confesión”. Sin duda, Pedro desempeñó un papel prominente en el fundamento de la iglesia primitiva, pero no por mérito propio, sino por la revelación divina que recibió. Dios edifica su obra mediante el poder del Espíritu Santo, utilizando a hombres transformados por Cristo.

Jesús comenzó a edificar su iglesia sobre “la roca”, es decir, la confesión de Pedro y el mismo Pedro como instrumento (cf. Hechos 2:14–41; 8:14–25; 10:1–11). Y continúa edificándola a lo largo de los siglos, ya no con Pedro personalmente, quien fue parte del fundamento inicial (Efesios 2:20), sino con todo aquel que confiesa que Jesucristo es el Señor (1 Corintios 12:3; 1 Juan 4:2).

De manera que, la frase no respalda la interpretación católica romana de que Pedro es el primer papa, el vicario de Cristo, la cabeza infalible de la iglesia que descansa sobre la sucesión apostólica y ejerce la autoridad divinamente conferida en virtud de poseer las llaves del reino. Más bien, “esta roca” es la base de la iglesia que Jesús ha estado construyendo y continúa construyendo6

¿Cuál es la vital diferencia?

Aunque la diferencia de Mateo 16:18-19 entre evangélicos y católicos es importante porque nos adentra en un tema fundamental sobre quién es la autoridad de la iglesia, papal o escrítural (2 Pedro 1:19-21). No obstante, La diferencia central es la justificación por la fe. Esto fue el corazón de la reforma del siglo XVI, de la iglesia primigenia (Gal.2:16; Ro.5:1), y será siempre el fundamento de la esperanza de pecadores antiguos, presentes y futuros (Ro.3:21-26).  

Doctrina Católica Romana

La doctrina de la Iglesia Católica Romana enseña que los pecados son perdonados por medio del bautismo (CIC 1263; 1279), y que la gracia es concedida por Dios, pero se recibe principalmente a través de los sacramentos. Esta gracia comienza con el bautismo y puede perderse cada vez que se comete un pecado grave.

Aunque es gratuita, la gracia puede aumentar o disminuir, y el ser humano puede favorecer su recepción o, por el contrario, impedir que produzca fruto. Es importante aclarar que no se puede afirmar ligeramente que el catolicismo romano niega la salvación por gracia; el punto en cuestión es que a la gracia se le añaden las obras. De ahí la necesidad de establecer una breve comparación entre el Codex Iuris Canonici (Código de Derecho Canónico) y las cinco solas de la Reforma protestante.  

  1. Sola Scriptura – “Toda la Escritura es inspirada por Dios… para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” 2 Tim 3:15.17 (1 Ped.1:19-21).

CIC, 82 – “La Tradición y la Sagra- da Escritura constituyen un único depósito sagrado de la Palabra de Dios… confiado a la Iglesia.”  

  1. Sola Fide – “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley.” Rom.2:28 (Gal.2:16Ro.5:1; 3:21-26).  

CIC, 1993 – “La justificación es conferida por el Bautismo… implica la santificación de todo el ser mediante la cooperación del hombre.”  

  1. Sola Gratia – “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.” Efesios 2:8-9. 

CIC, 2011 – “Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia… el hombre, con su libre cooperación, participa en ella…”  

  1. Solus Christus – “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre. 1 Timoteo 2:5; Ro.5:1;  

CIC, 969 – “La Santísima Virgen… continúa trayéndonos los dones de la salvación eterna… por su múlti- ple intercesión.”  

  1. Soli Deo Gloria – “Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén.” Ro.11:36. 

CIC, 2677 – “Al orar con María… entregamos nuestra alabanza al Padre… y reconocemos la dignidad de la Madre de nuestro Señor. 

La Iglesia Católica Romana suele considerar un punto a su favor el hecho de no haber tenido divisiones o cambios como los evangélicos y sus diversas ramas protestantes. Sin embargo, la realidad es que todo movimiento religioso ha pasado por cambios. La historia demuestra que tanto el catolicismo como el protestantismo han experimentado cambios, ya que siempre habrá aspectos que regular, aprender y modificar.

El punto es quién es la autoridad máxima para guiarnos al cambio y no morir en el intento, pues el propósito es glorificar a Dios y no a los hombres (Hch.5:29). Debemos recordar que la Iglesia reformada, siempre debe reformarse según la Palabra de Dios.»

Entre 1962 y 1965, en un contexto de debilitamiento del catolicismo y auge del protestantismo evangélico, la Iglesia Católica Romana convocó el Concilio Vaticano II. Su propósito fue modernizar y actualizar —en latín, aggiornamento— la Iglesia para dialogar con el mundo moderno, manteniendo la fidelidad a la enseñanza y tradición católica.

Durante este concilio se afirmaron doctrinas bíblicas, como que todo cristiano participa del sacerdocio de Cristo. Sin embargo, una de las conclusiones más significativas fue la introducción del concepto de “hermanos separados”. Antes del concilio, existía mucha tensión entre católicos y protestantes; no obstante, el Vaticano II enfatizó la necesidad de derribar estas barreras, reconociendo que aquellos que creen en Cristo y han sido debidamente bautizados están en una cierta comunión —aunque imperfecta— con la Iglesia Católica. Esta visión de comunión se extendió también a otras religiones, buscando promover el diálogo y la unidad.

Aunque la frase de “hermanos separados” nace de un espíritu de reconciliación y del deseo de avanzar hacia la unidad cristiana, esa unidad está concebida bajo la autoridad papal y no bajo el señorío de Cristo. La unidad bíblica es aquella que está fundada en Cristo (Jn. 17:21-23), no en la autoridad papal o eclesiástica.

La Iglesia romana es más abierta en este siglo y seguirá siéndolo mientras su enfoque esté en acercarse más al mundo moderno que a Cristo mismo. Por ello, debemos ser cautelosos, porque como cristianos estamos llamados a proclamar la fe apostólica tal como ha sido revelada para salvación y unidad.

Mis líneas no buscan generar odio hacia los católicos romanos, ni mucho menos insinuar que en sus filas no haya personas salvas. La salvación es por gracia y se recibe por la fe en Jesús, no por la denominación a la que pertenezcamos. Más bien, es un llamado a reconocer que existen diferencias sustanciales y que el mayor amor hacia ellos consiste en señalarlos a Cristo y a su Palabra.

Debemos seguir defendiendo que la Escritura es y debe ser la autoridad máxima para toda persona. Como cristianos, debemos guardar una sana doctrina, es decir, vivir una vida dominada por la santa Escritura. Es en la Escritura donde podemos conocer a Cristo, y en Él, y en nadie más, podemos recibir una vida plena. Las buenas obras que hagamos son el fruto de haber recibido tan grande amor, pues Cristo murió y resucitó por nosotros.

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